Es una pintura en la que el Niño Jesús anticipa su figuración como Cristo resucitado, llevando la cruz y la banderola y el manto rojo característicos de esta iconografía. Va vestido de forma ligera, con una camisilla blanca y un manto, percibiéndose parte de su anatomía desnuda. Aparece sentado sobre un orbe, sujetando con su mano izquierda un lábaro rematado por una cruz, y disponiendo la mano contraria en actitud de bendecir. Con su pie derecho pisa una calavera, actitud que simboliza su triunfo sobre la muerte. Sobre este pie se desliza una serpiente que se dispone a comer una manzana, clara alusión al Demonio y al Pecado Original, sobre los que triunfa también Cristo, quien redimió con su sacrificio a la Humanidad. Esta figuración iconográfica, cargada de contenido trascendente, pudo ser debida a los religiosos jesuitas que participaron en el encargo del retablo, o bien a la erudición del propio Roelas, quien fue clérigo. Aunque la actitud del Niño es victoriosa, muestra una expresividad amable, sonriente. Su figuración es la propia del arte de Roelas, quien ha recreado un infante extraído de la vida cotidiana, como un adorable niño rubio y regordete. Constituye un claro precedente de las figuras infantiles que, décadas más tarde, configuraría Murillo.