Pintura que representa al santo arrodillado, revestido de los atributos propios de su condición de obispo, con mitra, capa pluvial y báculo. Porta un corazón en sus manos y contempla la aparición de Cristo crucificado, de quien emanan tres flechas de fuego, clavándose una de ellas en el corazón del santo. De San Agustín sale una inscripción, dirigida hacia Cristo, alusiva al episodio de su conversión, al sentimiento de tener su corazón inflamado por el amor divino, como si una saeta le hubiera atravesado el mismo. Es una representación que forma pareja con la otra visión extática presente en este retablo, la visión por la que San Francisco recibió los estigmas de Cristo. La presencia de ambas pinturas en el retablo, no directamente relacionadas con la iconografía mariana del mismo, pudo deberse a devociones particulares de los comitentes del conjunto. Le respalda un hermoso paisaje, seguramente extraído de algún grabado, que muestra una clara influencia de la pintura nórdica, con pequeñas masas boscosas y montes, de tonos verdosos y azulados. Dicha influencia nórdica es igualmente apreciable en aspectos como el rígido dibujo y el tratamiento de la indumentaria del santo. Aunque ha sido vinculada por algunos investigadores a Francisco Pacheco, se considera actualmente obra anónima, próxima al estilo de Vasco Pereira.